junio 11, 2010

Karen

Siento mucho que esto se haya postergado tanto. Sitiuaciones fuera de mi control me han impedido publicar nada en el blog. Explicado lo anterior, les presento a Karen

Hola, mi nombre es Joaquín y esta es mi historia, pero más importante aún, es la historia de Karen. Ella era la mujer de mi vida. La conocí de la forma menos esperada, como suele pasar con todos los grandes amores: Ella llevaba una simpática blusita color negro que decía “Busco Novio Guapo”, que dicho sea de paso le quedaba de maravilla. Era muy corta, así que dejaba ver su abdomen marcado por el trabajo de gimnasio y era sumamente ajustada, de forma que marcaba sus pequeños senos haciéndolos ver mucho más sensuales. Karen a duras penas llegaba al 1.60 de estatura, así que su pantalón pescador y sus tenis rosa le daban un aspecto perversamente juvenil.

Mientras pasaba por afuera del café en el que solía pasar mis tardes desde hacía un par de meses, los piropos y comentarios subidos de tono no se hicieron esperar.

Toda la escoria de la Avenida Insurgentes (que para los que no viven en la Ciudad de México es una de las avenidas principales y además más transitadas de la ciudad), le gritaba algo: “¡Mamacita!”, “¡Quiero!”, “En esa cola sí me formo”… Lo más florido del popular lenguaje capitalino salió a flote esa tarde. Ella entró al café (que se encontraba abarrotado de gente) y al no encontrar otro lugar donde hacerlo, se sentó en mi mesa sin el menor rastro de educación.

-¿Y? ¿Tú no me dirás nada? –Me dijo visiblemente molesta, mirándome fijamente a los ojos. –Ni un piropo… nada me dirás.

Yo levanté los ojos de mi periódico sólo para encontrarme con los suyos. Eran las dos gemas color avellana más hermosas que hubiera visto, haciendo perfecto juego con sus cabellos castaños y lacios que caían desprolijamente sobre su rostro. –Si no quieres que te digan piropos no deberías usar una blusa con esa frase –dije fingiendo demencia. –Y por cierto, no recuerdo haberte invitado a sentar.

-¿Contador? –me preguntó intempestiva. –El trajecito te delata, seguro eres contador. Los contadores son lo más aburrido del mundo.

-De hecho abogado –dije pensando en mi atuendo. Un traje gris, corbata roja, camisa blanca. No se equivocaba, era el prototipo de sonso apocado que trabaja en mi profesión… Sin embargo no lucía nada mal. Era alto, cuerpo atlético, castaño claro, mirada de triunfador (pasé ensayándola por meses después de aquel curso de superación personal), ojos cafés, casi negros. Aunque peque de falta de modestia, era bastante bien parecido. A mis veintiséis años no me faltaban las conquistas.

-Abogado… Y yo que creía que ya no iba a tener que buscar… -Dijo sacándome de mis pensamientos mientras señalaba traviesamente su blusita. –Pues me llamo Karen, y tristemente no me interesan los abogados. Son lo más aburrido que hay sin contar a los contadores.

-Lo que pasa es que aún no conoces a “este” abogado. –Dije sin pensarlo mucho cuando reparé en que era apenas una chiquilla. Afortunadamente para mí, me dijo que acababa de cumplir los diecinueve, dándome confianza y ahuyentando de mi mente los fantasmas legales de terminar enredado con una menor.

Nos enamoramos casi de inmediato. Salíamos a diario, las cosas volaban entre nosotros. Por un momento vi surgir una grieta en mi castillo de la perfección: Resultó ser virgen. Quería llegar virgen al matrimonio.

Al principio no le creí nada, creí que era un ardid para convencerme de comprometerme. Pero con el tiempo me convencí de que era verdad. Me dijo que con ninguno de sus novios anteriores había pasado del sexo oral porque creía que la primera vez tenía que ser con el hombre de su vida.

Así que incapaz de aguantar aquella dulce tortura de tenerla tan cerca y no poder “tenerla”, tomé la decisión más loca y precipitada de mi vida. Le propuse matrimonio.

No quiero ahondar demasiado en esa reunión, así que haré esto de la forma más corta posible. Karen me recibió en la puerta. Estaba espectacular, con un minivestido negro strapless. Me besó y me dijo que todo saldría bien… Sus padres me repudiaron. Karen era hija de un magnate ganadero sin la menor educación, pero con grandes ambiciones. Ella le parecía una tremenda moneda de cambio para entregarla a alguno de sus socios y hacer crecer aún más sus rentas. Su madre no tenía opinión, estaba sometida, aunque me miraba con cierto desprecio que me parecía más que otra cosa un intento patético de complacer a su esposo.

Sin embargo quien lo tomó peor fue Héctor. El hermano menor de Karen. Catorce años, sobre el metro setenta de estatura, un poco demasiado musculoso para su edad. El típico niñito con ínfulas de macho alfa. Karen siempre se quejaba de que Héctor la agredía e incluso la golpeaba de forma muy común. La llamaba enana, le aplicaba llaves de lucha hasta lastimarla e incluso una vez la estranguló hasta que cayó desmayada. Héctor se levantó de su asiento y se me fue encima a golpes. Lo dejé fuera de combate al primer impacto, después de todo no era lo mismo enfrentarse con su hermana que conmigo. Hice contacto con su quijada y se desplomó como una res recién sacrificada.

Su padre intentó hacerme frente pero sufrió la misma suerte. Yo estaba furioso. Karen gritaba. -¡Basta ya! ¡Déjenlo! Me casaré con él aunque no les parezca. ¡No me importa! –Y salió rumbo a su cuarto entre sollozos.

Yo me fui a casa. Decidí que volvería al día siguiente con un anillo de compromiso y un camión de mudanzas. Si no la entregaban por las buenas lo harían por las malas.

Esa noche sonó el timbre de mi departamento. Era ella. Lloraba desconsolada, traía su vestido hecho girones. Me abrazó, me besó y me pidió permiso de usar el baño. Yo estaba sin palabras, no tenía idea de qué había pasado.

A los pocos minutos un sujeto vestido con un traje de mensajero que resaltaba por falso apareció en mi puerta. Me entregó un sobre sin datos. En el interior había un DVD.

Estaba algo enfadado por el detalle, pero demasiado preocupado por Karen como para razonarlo, así que introduje el disco en el reproductor. Nada me hubiera podido preparar para lo que vi.

En la pantalla, la cara de mi odioso cuñadito, aún amoratada por el golpe que le di en la tarde, apareció y empezó a hablar:

Hola Joaqui, pues verás. El descojonado de mi padre ya decidió entregarte a la golfa de mi hermana por las buenas. Dice que lo que más quiere en el mundo es verla feliz y no se cuantas mamadas más. Pero yo no soy él. Además, este golpe me lo pienso cobrar muy caro.

¿Ves esa cama? Es la cama de Karen, allí es donde todo ocurrirá. Pero observa, no te apresures ¿quieres cuñis? ¿O prefieres cuñado, así, más serio?

Mi instinto pudo entrever lo que seguiría, pero mi razón se negaba a creerlo.

Héctor salió por la puerta y volvió a entrar, pero esta vez llevaba a empujones a Karen quien iba amordazada, atada por las muñecas y llorando.

-¿La ves bien cuñadito? Tremendo pedazo de zorra te quieres comer y no quieres compartir conmigo. Pero, esta puta va a ser mía primero. –Héctor cruzó de un bofetón la cara de Karen quien cayó de bruces sobre la cama. Héctor se acercó desde atrás y comenzó a acariciarle el culo por encima del vestido. Karen se retorcía medio inconsciente.

-Eres una zorra hermanita, pero estás muy buena. Ya veo por qué el pendejo este se enamoró como lo hizo. –Dijo Héctor mientras sus manos se deslizaban bajo el vestido de mi amada Karen y se posaban bruscamente sobre ambos glúteos.

En instantes comenzó a tironear el vestido hasta rasgarlo por la parte más baja. Finalmente se cansó de esa maniobra y, mientras Karen aún atontada yacía boca abajo, sacó el vestido deslizándolo hacia sus tobillos y finalmente arrojándolo a una esquina de la habitación. Karen quedó tendida sólo cubierta por una minúscula tanga de color negro.

-Mira nada más este tremendo culo –dijo Héctor y acto seguido le dio un azote en el trasero con tanta fuerza que el chasquido sonó como un látigo. La intensidad del castigo hizo reaccionar a Karen. A través de la mordaza alcanzó a dar un grito que me estremeció. Levantó su cabeza tanto como pudo arqueando el cuerpo.

Héctor se deshizo de sus ropas con torpeza. Estaba demasiado excitado. Cuando terminó, dejó asomar una verga bastante grande, unos 20 centímetros al menos. Se tumbó sobre Karen. Con la mano derecha sujetaba el cabello de mi amada mientras que la izquierda se abría paso debajo del cuerpo de ella para poder acceder a sus tetas. Le lamía la espalda y le mordía los hombros salvajemente.

-¡Eres una puta! Pero ahora vas a ser mi puta. Y vas a disfrutarlo zorra infeliz.

Héctor no dejaba de de dar castigo con sus manos y su boca al cuerpo de mi amada. Poco a poco comenzó a tocarle el coño por entre las piernas. Lo hacía salvajemente, pero yo no estaba preparado para escuchar a Karen gemir. El muy cabrón la estaba excitando.

Mientras, en la vida real, escuchaba el agua de la ducha correr y pensaba en Karen como un zombi, sintiéndose ultrajada y sucia. Quería ir a confortarla, pero el verla en ese video gimiendo como la puta que su estúpido hermanito decía que era me tenía furioso. Mis manos temblaban. Mis piernas estaban tensas y debía matar a alguien en ese instante.

De pronto, en el video, Héctor desenmordazó a Karen y le gritó: -Quieres verga puta, puedo verlo. ¡Pídela! ¡Pídela! – A lo que Karen respondió entre sollozos: -Sí Héctor, quiero verga, por favor. Dame tu verga.

Yo no daba crédito. Quería morir.

-Si quieres verga –decía Héctor –vas a tener que mamarla primero putita.

Acto seguido tiró de la cabellera de Karen hacia arriba y la colocó frente a su aparato. Ella no le hizo esperar. La lamía como un barquillo de helado. Después comenzó a tragarla entera. Héctor se hallaba como poseído. Comenzó a follarle la boca a toda marcha. No duraron mucho. Héctor estaba por venirse y volvió a arrojarla sobre la cama. Bajo las piernas de ella y se le colocó detrás. Sin aviso previo comenzó a desflorarle el ano. Lo hizo con tal brutalidad que creí que ella sería incapaz de disfrutarlo, pero sus gemidos de dolor y placer mezclados me decían otra cosa. En cuestión de segundos Héctor se vino dentro de ella. Estaban como locos.

Ella empezó a decir: -Perdóname Joaqui, por favor perdóname. Yo te amo…

Lo repetía como loca. Pero Héctor no se había satisfecho del todo. – ¡Deja de hablarle a ese cornudo de mierda! ¿Quieres usar esa boca zorra? Úsala en mi verga.

Y sin dar más tiempo volvió a poner su falo en la boquita de mi princesa. Ella lo lamió con cuidado, casi con ternura. Yo no podía creerlo aún. El chico estaba de nuevo en forma en menos de lo que canta un gallo y le dijo a Karen algo que no olvidaré:

-Aquí es donde vas a ser mía quieras o no hermanita, y bien s ve que quieres.

Sin tentarse el corazón la penetró de golpe mientras veía triunfal hacia la cámara. Sacó su verga ensangrentada y luego volvió a clavarla de golpe sin miramiento alguno. Karen sufría pero gozaba al mismo tiempo, él no dejaba de llamarla puta, y ella parecía disfrutarlo.

Siguió con ese violento mete y saca durante tres minutos y ambos volvieron a correrse desesperados. El video terminó. Entré furioso a la ducha para recriminarle a Karen pero la encontré muerta, se había cortado las venas. Me había dejado un lúgubre mensaje escrito con su sangre en el espejo: LO SIENTO

Esto no quedaría así. Héctor me iba a pagar todo… continuará.

febrero 15, 2010

Hola, bienvenidos. Una disculpa y un agradecimiento

Pues sí, como el anfitrión de una fiesta que deja plantados a sus invitados, así me siento yo. Esta suponía ser una web de relatos eróticos sí, pero con un cierto toque de depravación. Relatos que incluyeran ese ingrediente oscuro y cubierto por el velo del tabú... El monstruo bajo la cama

Desafortunadamente, desde la segunda mitad del año pasado hasta ahora distintos problemas me han impedido empezar formalmente con este proyecto.

Pero prometo que eso ya no me detendrá.

Por último quiero agradecer a Gata en Patines. Primero por ser la primera seguidora oficialmente de este blog. Segundo por que sus relatos, tanto en la página de todorelatos como en su blog me han dado la inspiración que me hacía falta para empezar con esto.

Dicho lo cual, comencemos.

P. D. El primer relato está casi listo, mañana lo podrán leer.